Se me vino encima una soledad abismal. Una soledad que estallaba directamente en mi vida cotidiana.
Tenía ganas de bailar y no tenía con quién hacerlo.
El teléfono móvil sonando a vacío, y amigos que, poco a poco, se alejan hasta dejar de oírse del todo.
De improviso, me embargaba una felicidad que no había sentido nunca. Pero cuanto más eufórico me ponía, más me invadía una amarga melancolía.
Lo he aceptado sin vergüenza, porque en suma así es como debe ser, porque es así como ha sido siempre. porque no se puede cambiar todo con las propias fuerzas y, por tanto, es mejor reservarlas, seguir el camino marcado y vivir como a uno le dejan vivir...
Últimos Comentaríos